Para entender lo que está sucediendo en nuestro país y en nuestra Latinoamérica y buscar los caminos para profundizar nuestra soberanía e independencia, debemos entender el momento histórico en que nos encontramos.

El mundo está en una fase de transición, de disputa geopolítica entre dos modelos de gobernanza global. De un lado, la política y el Estado, con sus particularidades. Del otro, un conglomerado de intereses financiero-petrolero-mediático-armamentistas. No se trata ya de una derecha conservadora solamente, que disputa desde la política la administración de lo público en función de sus intereses de clase, sino de la lisa y llana enajenación/eliminación de la política a expensas de los mercados. La administración de lo público en manos de estos grandes conglomerados.
Durante las últimas décadas se fue materializando una nueva etapa del capitalismo. Tras la caída de la URSS, se asistió a una globalización que parecía irreversible, y dio paso a un incipiente nuevo orden y a nuevas estructuras de dominación. Así, durante el lapso en que la libertad de mercado y la democracia electoral se fueron erigiendo como patrones de la organización política y económica mundial, se fue consolidando el papel de los grandes conglomerados financieros.

Estos conglomerados pretenden convertir a los Estados-Nación en meros instrumentos limitados a registrar los flujos de mercancía, de monedas y poblaciones, mientras son las empresas transnacionales quienes distribuyen la fuerza laboral en los distintos mercados, asignan los recursos y organizan jerárquicamente los diversos sectores de la producción mundial. El complejo aparato que selecciona las inversiones y dirige las maniobras financieras y monetarias determina la nueva geografía del mercado mundial o dicho de otro modo, la nueva estructuración del mundo. Este estadio histórico no lo dirige el gobierno ni el propio estado de los Estados Unidos, en tanto cosmovisión política de cómo organizar a la sociedad, sino las grandes corporaciones, en términos de maximización de ganancia y reproducción del capital. Lo que sí es necesario señalar es que los capitales de estas principales corporaciones tiene su origen en los Estados Unidos. Y, al financiar muchas de sus instituciones, adquieren una enorme influencia en sus decisiones políticas, tanto internas como internacionales. Aún con las dificultades que implica el hecho de que la unipolaridad que ostentó durante los años 90 está resentida debido a la aparición de nuevos actores y fenómenos políticos, los Estados Unidos continúan ocupando una posición privilegiada como gendarme mundial.

Los grandes poderes financieros no podrían ejercer tamaña tarea, sin un proceso paralelo de construcción de subjetividad. Esto es, un entramado de necesidades, deseos y relaciones que configuran todo un modo de interpretación de la realidad, de manera que una porción significativa de la opinión pública mundial legitime el modelo de dominación. El desarrollo de las cadenas hegemónicas de medios de comunicación de masas tiene una relación orgánica con este orden mundial.

La comunicación no sólo expresa sino que organiza el movimiento de la globalización. Al comunicar, crea subjetividades. Las industrias de la comunicación integran lo imaginario y lo simbólico dentro de la trama biopolítica, con lo cual ya no sólo están al servicio del poder, sino que son uno de sus factores constitutivos más importantes. La maquinaria de subjetividad colonial interviene sobre los elementos de la relación comunicativa, disolviendo la identidad y la historia de una manera totalmente postmoderna. Intenta crear un sujeto fragmentado. Al asociar capitalismo con libertad o democracia, bajo un supuesto pluralismo adoctrina en el pensamiento único. Al presentarse como un servicio que basa su prestigio en la credibilidad del mensaje, los medios aprovechan para jerarquizar lo novedoso frente a lo importante, lo espectacular frente a lo sustantivo. Así, intentan incapacitar a la sociedad para  ser consciente de las consecuencias del modelo de dominación y buscan instalar que su esfuerzo y toda construcción política será inútil para cambiar las cosas.

Entre otros de sus instrumentos más preciados se cuentan en primer lugar, los tres grandes tratados internacionales (TTIP, TPP, TISA), que trascienden descomunalmente la materia del libre comercio para dominar áreas tan sensibles y estratégicas como los servicios financieros, las patentes y el régimen de propiedad intelectual. Y en segundo lugar, los servicios como educación y salud, entre otros, la informática y las nuevas tecnologías, a través de su desregulación absoluta. Asimismo, garantizando los recursos destinados a financiar mecanismos de penetración en la sociedad civil, de modo de generar canales espontáneos de aceptación que minimicen el tradicional recurso de la coacción física.

No obstante, el imperio necesita sostener la conflictividad permanente en distintas áreas geopolíticamente estratégicas, mientras la realidad demuestra que aplicar las mismas medidas en clave únicamente militar, lejos de dar resultados diferentes, acentúa y expande las consecuencias del terrorismo.

Hechos como el ascenso de Donald Trump en los EEUU o el pronunciamiento del pueblo británico en favor de abandonar la Unión Europea, no deberían causarnos perplejidad, ya que muestran la insatisfacción colectiva respecto de un sistema político y económico que no da respuesta. Perplejidad tendríamos que tener si los pueblos no reaccionaran –aún cuando aquellas salidas estén muy lejos de nuestro prisma de visión- frente al desenfreno de la acumulación financiera del capitalismo imperante.

Cuando Mauricio Macri y su gabinete hablan de “volver al mundo” se refiere a priorizar casi con exclusividad nuestras relaciones con los EEUU y la Unión Europea. Sin embargo, si tomamos en cuenta las consecuencias del armamentismo –tanto militar como civil- impulsado por el primero de esos espacios o los atentados y la crisis de los refugiados en el segundo –por tomar sólo un par de ejemplos- veremos que ese “mundo” no nos ofrece ninguna esperanza. Más bien, la expresión remite a un campo simbólico, que es el mundo de los grandes negocios financieros, al que pertenece la primera plana de los funcionarios del nuevo gobierno argentino.

 

LA PATRIA GRANDE

Ahora bien, pese a que el imperio produce enormes poderes de opresión y destrucción, los Pueblos también van generando herramientas de liberación. El objetivo de este análisis es reconocerlas y profundizarlas. Nuestra tarea no es sólo resistir a las prácticas del poder, sino organizarnos y redirigir dichas herramientas hacia nuestros objetivos emancipadores. Las fuerzas populares somos capaces de construir alternativas reales respecto a los grandes centros de poder.

Nuestra América Latina, área histórico-cultural y geopolítica sometida a sucesivos proyectos hegemónicos desde los centros de poder internacional, atesora un vasto patrimonio de experiencias nacionales y populares de autonomía, opuestas a dichos intentos oligárquicos, siempre asociados a alguna potencia externa.

Hoy se repite esa disputa, ante la necesidad de la geopolítica estadounidense de mostrar al mundo su hegemonía sobre los territorios más próximos, y frente a la competencia que representan potencias emergentes como China o la asociación de los BRICS. En ella encuentra su justificación el financiamiento de la desestabilización en Venezuela, Brasil y Argentina, para obtener el realineamiento de la política exterior de estos países, además de re-empoderar a sus oligarquías internas.

 

MIRANDO EL FUTURO

Si durante la primera experiencia de los gobiernos populares en la región, la lesión sólo parcial infringida a los sectores dominantes, sin haber llegado a modificar de raíz la matriz dependiente de sus sistemas de producción, distribución y comercialización, provocó la presente reacción, un segundo ciclo de gobiernos populares no puede menos que intervenir más radicalmente sobre dicha matriz dependiente y sus apoyaturas mediática y judicial, desde una renovada legitimidad pública. El golpe institucional perpetrado contra el segundo gobierno de Dilma Rousseff, pese a las concesiones que éste hiciera al poder financiero para apaciguar su voracidad destituyente, demuestra la necesidad de una transformación estructural.

Si bien es evidente el retroceso de la región en términos de ciclos populares, la etapa histórica está abierta. Nuestros pueblos se reflejan en una memoria muy reciente de conquistas concretas. No se trata de una utopía ni de una realidad demasiado lejana en el tiempo. Las conquistas y realizaciones recientes fueron concretas y tangibles, y no sólo implicaron ascenso social y ampliación de derechos, sino que también extendieron la conciencia colectiva sobre la presencia de los poderes fácticos y su antagonismo con los gobiernos populares.

Hoy, nuestra querida Patria y la Nación Latinoamericana nos convocan, nuevamente, a un destino de unidad.