Como esos cuentos maravillosos que en la infancia queríamos escuchar una y otra vez, no nos cansamos de conmemorar y revivir lo que fue la batalla de la Vuelta de Obligado en 1845.

Por eso  en este nuevo 20 de noviembre, Día de la Soberanía Nacional instituido en su memoria, desde la Comisión de Integración Regional y Asuntos Internacionales repasamos con enorme respeto  el extraordinario plan  militar de Mansilla, la  voluntad política de Rosas, la lucidez de la defensa de las vías navegables interiores de la Confederación y su implicancia en la independencia de los resortes  económicos de la región.

Abrazamos  una vez más  el  significado del concepto de soberanía, determinante en la constitución de la Nación lograda hasta ahora, no aquel inmenso territorio  en el que éramos uno con el Alto Perú y Banda Oriental, pero un país  que desde aquellos años viene resistiendo balcanizaciones, invasiones comerciales, políticas y culturales  en la búsqueda de una síntesis de su identidad, incluyente asimismo de las corrientes migratorias.

Y estos nobles propósitos y este heroísmo que ha caracterizado en innumerables oportunidades a nuestro pueblo, es a veces más reconocido por los adversarios. Cuando nos fueron devueltas las banderas que aún tenían Francia y  Gran Bretaña, el gesto significó  el respeto al heroísmo de nuestros combatientes, a la audacia y creatividad militar y a la decisión política  de autonomía  e integridad territorial de Rosas.

Que este recordatorio de aquella gesta sirva para recuperar la autoestima de una Nación que no se rinde y asume la batalla cultural y política de este tiempo en la nueva encrucijada que  se abre para América Latina y especialmente para el Cono Sur.

Después de más de quince años de relaciones de hermandad  con gobiernos populares, soberanos y latinoamericanistas y de vínculos amigables y constructivos  con países  de todos los signos políticos,  viejos y nuevos formatos de intervención extranjera, -manipulaciones mediáticas, judiciales y electorales-, han convertido a la región en tierra de desestabilizaciones democráticas, golpes de Estado, traiciones a la voluntad popular,  brutal represión y encarcelamiento de líderes.

Los triunfos electorales de Alberto Fernández – Cristina Kirchner y de Evo Morales, aceleraron la intervención de intereses extranjeros que hoy están ensangrentando a Bolivia y a Chile, desoyendo  la decisión de los pueblos  que no retroceden.

Esos mismos intereses acecharán sin dudas a nuestro proyecto político, que en la persona del presidente electo y a través de contundentes gestos, exhibió toda su vitalidad  en la pretensión de liderar junto  a otros la vuelta al concepto de integración regional, única forma de disputar -con chances-la soberanía sobre nuestros recursos naturales, nuestro desarrollo educativo, científico e industrial, el derecho a la justicia social y a nuestra identidad cultural.

Por eso Cristina Fernández de Kirchner sostuvo que la palabra soberanía definirá el devenir del siglo XXI, y también por este motivo Alberto dijo en México que «voy a trabajar incansablemente en unir América Latina en un solo continente. Sé que no estoy solo».

Argentina tiene conciencia de la importancia de la democracia para transitar este camino, que asimismo tiene que ser de unidad y comunidad. Nuestra fuerza política sabe que el principio de no injerencia es tan fundamental como el de la conformación de bloques con intereses permanentes. En este sentido algunos de los principios que se habían alcanzado en la CELAC y en el ámbito de Naciones Unidas deben ser retomados: la región como Zona de Paz, la integridad territorial,  la defensa multilateral frente al terrorismo económico y a la especulación depredadora de las economías de la región.

Aquel 20 de noviembre de 1845 perdimos la batalla militar, pero no la económica, y nos afirmamos en la dignidad nacional.

La batalla por la soberanía que el 10 de diciembre reiniciaremos debe encontrarnos con lecciones aprendidas entre las manos: defensa de la democracia, interacción con todos los países de la región, restablecimiento de vínculos políticos, sociales y culturales, recuperación de organismos de integración  soberanos y ámbitos regionales propios de solución de conflictos entre los países de América Latina y el Caribe.

En ese momento colocamos cadenas de hierro para frenar la flota anglo-francesa; en esta oportunidad opondremos los eslabones de la memoria, de la dignidad y de la unidad nacional y popular, para frenar el neoliberalismo.

Como dijo Cristina en un acto de homenaje a la Batalla de Obligado, allá en 2010: «no va a ser necesario emplazar cadenas en el río ni cañones; será necesario despojar nuestras cabezas de las cadenas culturales que durante tanto tiempo nos han metido. Son más fuertes, más invisibles, más dañinas, más profundas que los cañonazos. Porque muchas veces nos hacen ver las cosas no con el cristal de la patria, sino con el cristal de los intereses de otros».

El pueblo argentino ayer como hoy, no quiere ser colonia. Fuimos, somos y seremos PATRIA.